miércoles, 10 de agosto de 2016

Bajarse del carro

No hay nada nuevo bajo el Sol. En este país hay mucha gente de bien, pero cuando se trata de deporte (y aquí da un poco igual que sea baloncesto, tenis o tiro con arco), o somos los mejores, o nada nos vale...

Para bajarnos del carro nos hace falta muy poco. Además, no nos bajamos decepcionados o simplemente tristes. Lo hacemos dando alaridos a los cuatro vientos que ponen de manifiesto, a menudo, nuestras limitaciones. 

Pensar que tenemos la solución perfecta a los problemas con los que se está encontrando nuestra selección de baloncesto masculino es tener mucho ego. O mucha confianza, que también podría ser. Así que una de esas limitaciones podría ser la falta de humildad.

Por otra parte, ayer mismo yo me sorprendía, al final del partido, mostrando oralmente mi indignación con un par de jugadores que, desde mi punto de vista y mi cómodo sofá, habían tomado dos decisiones horribles. Impropias de dos profesionales de su categoría. Pero es que a 200 pulsaciones, con la presión de un pabellón casi totalmente en contra, sabiendo que no se está fino y que la puerta a volver con la cabeza gacha de los JJOO está medio abierta, me imagino que percibir, decidir y ejecutar... fácil, lo que es fácil, no debe ser. Ahora bien, una cosa es dejarse llevar fugazmente y otra hacer eterna esa indignación en las redes sociales. Porque lo primero son las personas y creer que los jugadores o el cuerpo técnico de la selección no querían ganar es claramente una limitación. Creerlo y faltar al respeto por escrito y por los siglos de los siglos. Sí, claramente lo es.

Más de un jugador ayer hizo mención a esto, tanto en directo como en la red. No le sobran enemigos a este grupo. Ni al grupo ni a algunos protagonistas individuales que, por lo visto, tienen la obligación de ser mejores de lo que son porque un montón de gente de diversas procedencias, clases, estratos, calañas, categorías... (que cada uno se quede con la que peor le siente, que molestarse es gratis) así se lo exigimos. Sí, sí: nosotros. El que no es capaz de sacarse una oposición, el que va vendiendo humo hasta a sus amigos, el que publica su triste vida en Facebook como si fuera la del protagonista de una serie de ciencia ficción, el que vendería su alma al diablo por un puesto de entrenador en un cadete, el que nunca jamás se atreverá a pedirle perdón a aquella persona a la que dejó colgada, el que le dio la espalda a un compañero porque pensaba de forma diferente a él, el que le dijo a su hija que no se acercara a una amiga musulmana, el que solamente busca la información que le interesa aunque ya sospecha que está totalmente equivocado... 

Nosotros somos los mejores, claro. Por eso no nos merecemos otras cosa que no sea el primer cajón del podio. Una fantástica medalla de oro a la hipocresía.

Por eso yo no estoy de acuerdo con que no haya que bajarse del carro hasta el final  porque este grupo se lo merezca. Ni mucho menos. Yo no me bajo del carro ni aunque no ganen ni un partido. Y a todos aquellos que disfrutan haciendo leña del árbol caído y, a menudo, del que todavía no lo ha hecho, os muestro el máximo de mis respetos. Me imagino que vuestra vida ya es lo suficientemente dura como para no hacerlo.

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