domingo, 18 de agosto de 2013

Credibilidad

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Hace tiempo, la credibilidad de una persona dependía de sus palabras y de su conducta. Por alguna razón, hoy en día se ha dado la vuelta a esta frase y hemos llegado a que la credibilidad de unas palabras o una conducta dependen de la persona. Y aunque las frases se parecen, los significados son totalmente diferentes. Sólo hace falta echar un vistazo a los seguidores más fanáticos de los principales partidos políticos: da igual la sensatez de las palabras de los representantes de otros grupos parlamentarios, si no hay pacto de por medio, la indiferencia o el abucheo están prácticamente asegurados.

Cómo se gana la credibilidad la persona en cuestión ya es otra historia. Normalmente es alguien que ha tenido éxito en algún campo y lo curioso es que mantiene esta credibilidad aunque se encuentre en un campo diferente. Por ejemplo, sobre esto saben mucho las empresas de publicidad que buscan a menudo contratar a deportistas de renombre para anunciar éste o aquel producto... Y da igual que la verdadera credibilidad del deportista esté simplemente en su actividad deportiva: si él lo dice o lo hace, tendrá razón. A pesar de todas nuestras complejidades, así de simples somos en ocasiones.

Por otra parte, creo firmemente que también existen campañas de credibilidad y de descrédito. Los medios de comunicación influyen muchísimo en esto, ayudando sobremanera las redes sociales y su vertiginosa velocidad de transmisión de la información de forma global. Para lo bueno y para lo malo.

Parece ser que si las primeras opiniones que oyes sobre alguien o algo son positivas, inconscientemente buscarás la positividad en esa persona o producto. Y lo mismo sucede al contrario. Sobre todo si estas impresiones iniciales provienen de individuos que cuentan ya con tu credibilidad. A partir de aquí, deducir lo estúpida que se puede convertir esta espiral de falsas credibilidades es tarea fácil.

Por suerte, la credibilidad y la no credibilidad no son infinitas, no son inmóviles. Basta cualquier ejemplo de la vida cotidiana para darnos cuenta de ello: la primera vez que un niño ve a su padre como "humano", cuando recuerdas que aquel profesor al que "odiabas" realmente se comportó como tú necesitabas, o cuando descubres analizando en retrospectiva que ese entrenador del que tienes tan grato recuerdo en realidad te utilizó para sus intereses y te enseñó bien poco... Hay millones de ejemplos... aunque una cosa es segura: la credibilidad es mucho más fácil perderla que ganársela.

Estamos en una sociedad en la que el error penaliza tanto, que la mayoría de la gente perdona, pero no olvida. Algunos ni lo uno, ni lo otro... y en su derecho están, por supuesto. Lo mejor de todo es que los más felices son los que no recuerdan siquiera lo que tenían que perdonar... así que quizá tengamos un problema general de felicidad, porque de estos últimos yo conozco a bien pocos... y la probable realidad es que conozca a bien pocos porque de hecho haya muy pocos.

En definitiva, los que nos dedicamos a la enseñanza, especialmente los que además formamos a formadores, creo que le deberíamos dedicar bastante tiempo a pensar sobre esto: sobre nuestra credibilidad y lo que hacemos para ganárnosla o, simplemente, para no perderla... Si nos vamos a basar en que alguien nos haga campaña u optaremos por el camino largo y sinuoso de hacer valorar nuestros pensamientos y conductas, con trabajo, rigor, personalidad y altruismo. A nuestra elección queda.

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